Uno de los título de nuestro Señor es el de Príncipe de Paz, y una de las bienaventuranzas hace mención expresa de los pacificadores.
Asimismo, Jesús nos dejó su paz, no como la de este mundo, que no pasa de ser una ausencia de conflicto, sino una paz verdadera e interna capaz de derrotar a las tormentas del alma.
Por eso no es de extrañar el mandato de Dios a los cristianos: Busca la paz y síguela.
Y, por eso, los cristianos hemos de ser trabajadores activos de la paz.
Sin embargo, ser un pacificador no es ser alguien pasivo, ni implica que dejemos de alzarnos contra la injusticia. Porque la verdadera paz surge de la verdad y la justicia.
Debido a ello, un verdadero pacificador, que busca la paz y la sigue, alzará su voz y trabajará para que la verdad y la justicia del Evangelio traigan libertad y paz.
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