¿Dónde te ves dentro de 5 años?
Esta suele ser una pregunta clásica de los procesos de selección.
Con ella se valora si una persona sabe ponerse objetivos, o si es ambicioso, previsor o planificador. Y, de paso, ver qué tal se desenvuelve ante los imprevistos y la presión. Porque no es una pregunta que muchos se planteen.
Y es interesante, porque cuando la haces puedes darte cuenta de lo que hay en el corazón de la otra persona.
Lo habitual es que te digan que quieren progresar profesional o académicamente, que quieren ser responsables de un equipo, que quieren asumir nuevos retos y cosas por el estilo.
Pero lo importante es lo que no dicen.
Casi nadie te dice que quiere aprender a trabajar en equipo, que quiere formar una familia, que quiere incrementar su colaboración en una ONG o una iglesia, o que quiere ser mejor persona.
Quizá por miedo a que puedan pensar que todo eso te va a restar tiempo o a que estés reconociendo que no eres “buena persona”.
Pero lo cierto es que lo que se demuestra es que tú eres tu propia meta.
Que haces las cosas pensando en tus propios intereses y en lo que te beneficia.
Y es que tus metas revelan claramente a quien sirves, quien controla tu corazón y tu mente.
Cuando vivimos apartados de Dios tenemos el corazón cargado de deseos, y nuestra mente llena de rebeldía contra Él. Primero yo, después yo, y más tarde yo, y luego, si acaso… pero mejor yo también.
Y, sin embargo, nada de esto nos acaba dando la verdadera felicidad. Porque cuando algo falla, y fallará, o cuando otro “yo” se lleva lo que consideramos nuestro, nos llenamos de resentimiento.
Por eso, una de las primeras cosas que hace Dios, cuando le aceptamos como Señor de nuestras vidas, es transformar nuestra propia naturaleza, para que podamos vivir una vida plena a su lado.
Veamos lo que nos dice el apóstol Pablo en la segunda carta a los Corintios, capítulo 5 y versículo 17:
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
Cuando el Espíritu Santo entra en nuestras vidas cambia nuestros viejos planteamientos de vida, y nuestros valores cambian por la vida y la libertad que Dios nos otorga.
Y cuando esto ocurre también van a cambiar nuestras metas. Unas metas que ahora se enfocarán en cumplir la voluntad de Dios.
Y ojo, no estoy diciendo que un cristiano no pueda tener metas en su vida natural. Pero sí que estas deben tener en cuenta las que Dios tiene para tu vida.
Porque hemos cambiado de Señor. Ya no tenemos un corazón cargado de deseos, sino de agradecimiento.
Porque nuestros pecados han sido perdonados, y todas las cosas viejas, nuestra antigua forma de ser, pasaron, han sido olvidadas.
Ya no tenemos una mente llena de rebeldía contra Dios, sino que nuestros pensamientos le buscan continuamente.
Por supuesto que todo esto es un proceso, que nuestro viejo yo debe ir muriendo poco a poco.
Pero es algo en lo que debemos poner todo nuestro empeño, dado que hemos cambiado de reino y ello implica un cambio de esencia.
Y es que seguir a Cristo es como decidir vivir bajo el mar, si no te transformas en pez, te ahogarás, pero si te dejas transformar un mundo nuevo se abrirá ante ti.
Que Dios te bendiga.
Imagen de portada de Dawid Zawiła en Unsplash
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