Nunca, como hasta ahora, hemos tenido tanta información y tantas opciones para elegir en todos los ámbitos de nuestra vida.
Y nunca, como ahora, la humanidad ha estado tan perdida y necesitada de socorro.
Paro, guerras, crisis económicas, crisis sociales, pandemias, desastres climáticos…
El mundo ha estado vendiendo paz y prosperidad, sin embargo, lo que entrega es desesperanza.
Ante esto muchas personas buscan salidas, pero buscan la respuesta en la misma fuente que las ha llevado hasta allí.
Así que no es de extrañar que la tasa de suicidios se haya duplicado en algunos países, y que las depresiones también hayan doblado sus cifras.
En este entorno, coachs, mentores y psicólogos están haciendo su particular agosto por el incremento en la demanda de sus servicios.
Esto no es algo malo. Antes bien, al contrario, ya que pueden ser de ayuda a quien está buscando una salida a su angustia.
El problema es que estos profesionales, rara vez logran cambiar el corazón de sus pacientes. Y rara vez les pueden dar una base sólida y eterna sobre la que edificar sus vidas.
Pero más grave aún es que algunos pastores estén dejando de actuar como tales para transformarse en uno más de esos profesionales, usando sus mismos principios y valores.
Y todo, porque muchos creyentes prefieren confiar antes en los «profesionales», y ser motivados con sistemas y consignas que ensalzan la capacidad humana, antes que depositar su confianza en la misericordia, justicia y poder de Dios.
Se olvidan de que el Evangelio es la mejor respuesta para los problemas emocionales. Y se olvidan de que la respuesta perfecta, de que el socorro perfecto, solo está en Dios.
Como nos recuerda el Salmista:
Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra (Salmo 121 1-2).
Si Dios ha creado todo cuanto existe, ¿quién sino Jehová puede ser nuestro socorro perfecto?
Los demás pueden echar una mano, pero el socorro definitivo solo viene de Dios.
Él tiene un destino perfecto para cada uno de nosotros. Un destino glorioso y victorioso, que solo requiere entregar nuestra vidas, confiando y obedeciendo a Dios.
Pero, claro, esto supone tener que depender de Dios, y a los humanos nos gusta ser dueños de nuestro destino.
Exactamente igual que cuando Israel prefirió cambiar a Jehová por reyes humanos que los «lideren y guíen».
Sin embargo, no hay sustituto válido para la obra redentora de Cristo.
Ni hay sustituto válido para la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Ni tampoco hay sustituto válido para la guía de la Palabra de Dios.
Y no hay sustituto válido para el poder, santidad, misericordia y sabiduría de Dios.
Así que cuando estés en angustia y los problemas te rodeen, alza tus ojos a Dios, y confía en Él.
Porque los que alcanzarán la meta, los que serán rescatados, los que lograrán la victoria, no serán los que confían en sus propias capacidades, o en las de otros hombres, sino los que esperan y confían en Dios.
Que Dios te bendiga.
Foto de portada por Todd Diemer en Unsplash
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