“Esto lo paramos entre todos”, “yo me quedo en casa” o “ni uno solo se queda atrás”, son frases que se han repetido hasta la saciedad para hacernos ver que esta pandemia de COVID-19 tiene fácil solución usando la responsabilidad personal y la solidaridad mutua.
Y hemos visto muchos aplausos de aprobación y ánimo en los balcones durante semanas y semanas.
Pero en cuanto se abren las puertas, la responsabilidad y la solidaridad desaparecen como por ensalmo, y se nos caen de las manos y del corazón aplausos y memorias del dolor que muchos han vivido.
Cierto que hay quienes respetan normas y distancias, pero los más de ellos por miedo a caer enfermos.
Solo unos pocos lo hacen por amor a los demás.
Incluso entre países la solidaridad sincera brilla por su ausencia, y cada cual barre para sus propios intereses.
Pero sí que hay alguien que vela por nuestro bien; sí que hay alguien que da sin esperar nada a cambio.
Y ese alguien es Dios.
Creó un universo entero para nosotros, nos entregó a su Hijo para rescatarnos de nuestras rebeliones, y vela, cada día, por cada uno de nosotros.
Así que sí, por supuesto que el amor y la solidaridad son herramientas importantes para ayudar a sacarnos de todos nuestros problemas, pero nada de esto será posible si Dios no inunda nuestros corazones con su presencia y nos guía con su palabra.
Con la gran ventaja de que entonces, además de nuestras fuerzas y posibilidades, contaremos con la ayuda y provisión de Dios.
Y así, en medio de los relámpagos y los truenos, Dios enviará lluvias abundantes y esos pastos frescos que nos hagan salir de nuestra necesidad y desesperación.
Que Dios te bendiga
Fotografía de portada por Johnny McClung en Unsplash
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