Es triste comprobar con cuanta frecuencia encontramos familias que, por decisión propia, apenas se ven, y que cuando lo hacen casi siempre es por obligación.
Pero aún más doloroso es que esto ocurra en el seno de la Iglesia. Y tanto en su vertiente local, como en la denominacional o en la interdenominacional.
Descalificaciones o separaciones motivadas no por temas doctrinales serios sino, la mayoría de las veces, por cuestiones menores.
Se organizan grandes eventos para intentar conseguir reunir a unos pocos. Pero se enfrenta el problema de acabar teniendo solo «relaciones de congreso».
Y con el riesgo añadido de acabar discutiendo por nimiedades.
Si Pablo echara un vistazo a algunas congregaciones de hoy tendría argumentos más que sobrados para volver a escribir la introducción a 1ª de Corintios:
Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? (1ª de Corintios 1:11-13).
Pablo nos recuerda que todos los verdaderos creyentes formamos parte de un mismo Cuerpo. Tenemos un mismo Padre, y fuimos rescatados por un mismo sacrificio.
Todos somos miembros, quizá diferentes y con funciones distintas, pero necesitados los unos de los otros.
Porque sin tu hermano, o sin ti, el Cuerpo de Cristo no está completo, y toda la obra de Dios pierde.
Nos vemos
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