Orad si cesar, porque si no dedicamos tiempo, constancia y esfuerzo a crecer en la fe, nuestra vida nunca dejará de ser mediocre.
Orad sin cesar (1 de Tesalonicenses 5:17).
Se dice que vivimos en la sociedad de la información, pero me da la sensación de que la sociedad en la que vivimos es la de las prisas.
Arroz en un minuto, sopa en tres, té instantáneo. La cultura del microondas se está imponiendo en todos los aspectos de la vida.
Y esto afecta a nuestros comportamientos.
Nuestra paciencia o nuestra capacidad de concentración están disminuyendo a pasos agigantados. Los libros son cada vez más pequeños. Incluso las frases son más cortas y directas que antes.
Se quiere todo y se quiere ya.
Y esto ha llevado a la cultura del “pelotazo”, del triunfo rápido a cualquier precio. No puedes dedicar toda una vida a levantar un negocio.
Así que, o triunfas rápido o fracasa rápido. No insistas en mantener vivo algo que no parece desarrollarse bien. Y así podrás iniciar un nuevo negocio de forma rápida y darte otra opción a conseguir un posible éxito.
Lejos han quedado los platos a fuego lento, los negocios de toda la vida y las tertulias con los amigos.
Ahora, con suerte, la comida es un plato rápido; se busca continuamente la mejor oferta, aunque el negocio esté en la otra punta del mundo; y las tertulias se han cambiado por un par de frases en un chat.
Y en las iglesias esto también se nota.
Proyectos rápidos a los que apenas se les dan dos o tres oportunidades para verificar si funcionan.
Planes de expansión que buscan crecimientos exponenciales en pocos años.
O atención pastoral exprés por videochat, para los que no tienen tiempo para hacer un alto en su vida. Aunque esta se esté desmoronando.
Y nos olvidamos de que, en la vida, todo lleva su tiempo.
La única manera de crecer y madurar como persona es aprendiendo y viviendo experiencias.
Y la única manera de conseguir experiencias y enseñanzas es dedicando tiempo a obtenerlas y, sobre todo, a interiorizarlas.
Del mismo modo, la vida espiritual también lleva su tiempo. No existen sobres de santidad instantánea, ni intimidad con Dios en tres minutos.
Cuestiones como la santidad, la madurez espiritual o el conocimiento de Dios son temas que nos van a llevar toda la vida. Y aun así, apenas lograremos un vislumbre de lo que esto es en realidad.
Pero si no dedicamos tiempo, constancia y esfuerzo a crecer en la fe, nuestra vida nunca dejará de ser mediocre.
Por eso, el apóstol Pablo le hace, a la iglesia de Tesalónica, la amonestación que encontramos en 1ª de Tesalonicenses 5:17: Orad sin cesar.
Orad sin cesar, porque sin constancia no hay victoria.
Este es un principio universalmente reconocido. Deportistas, artistas, profesionales de éxito… Todo ponen la constancia como el primer factor de su éxito. Incluso por encima de su capacidad personal.
Y en la oración esto también es una realidad.
En la parábola de Jesús, la viuda no fue atendida por el juez por la rotundidad de sus argumentos. Fue atendida por su constancia.
La constancia en la oración genera en nosotros paciencia. Y genera también confianza y fe.
Cuando Dios tarda en responder una petición aprendemos que aún no es necesaria la respuesta.
Y aprendemos a confiar en su sabiduría, y aprendemos a confiar en su providencia.
Pero, aun así, hemos de seguir agradeciendo y rogando. Hasta que Dios nos de su repuesta. Sea esta sí o no.
Y, además, la oración es una forma perfecta de mantenernos vigilantes.
En Getsemaní, Jesús pasó horas enteras en oración preparándose para su batalla. Sin embargo, los discípulos se quedaron dormidos, porque, al parecer, la lucha no iba con ellos.
Así que nosotros necesitamos aprender a orar sin cesar para poder velar y prepararnos para la batalla, porque la lucha contra nuestro adversario continúa.
Que Dios te bendiga.