«Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. 
Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» Juan 12:42-43

Hace poco hablaba con un pastor amigo sobre su visita a una congregación bastante importante. El mayor problema que tenían era la falta de obreros.

Situación de la que, por otra parte, ya nos advirtió Jesús 2.000 años atrás: «A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos» (Mateo 9:37).

Causas para ello puede haber muchas. Desde una excesiva «protección», por parte del pastor o ancianos, hacia los miembros (o una desconfianza grave hacia ellos), y hasta una falta de madurez voluntaria.

Pero la más grave de todas es el miedo.

Y especialmente el miedo a la falsa creencia de que ponerte al servicio de Dios supone tener que dejar cosas importantes por el camino (estatus, dinero, etc.).

Porque están reconociendo que ven la necesidad de servir, que tienen el llamado de Dios al servicio, y que, sin embargo, prefieren responder «NO» a Dios.

Piensan que con ello salvaguardarán su forma de vida, y no se dan cuenta de que con esa respuesta lo están perdiendo todo: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Marcos 8:35).

Decir NO al llamado de Dios es preferir la miseria de la propia vida a la vida plena en Dios.

Ningún riesgo asumido en obediencia a Dios va a debilitarte o dañarte en los más mínimo. Al contrario, te va a fortalecer.

Porque no hay vida más noble, rica y digna de ser vivida que aquella que se vive en servicio a Dios.

Y es que decirle «NO» a Dios quizá te otorgue una vida más cómoda, pero su final será triste y amargo.

Sé sabio y dile «SÍ» a Dios.

  

Imagen de portada por  Sweet Ice Cream Photography en Unsplash