No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2).

Dice un viejo refrán, dime con quién andas y te diré quién eres.

Evidentemente, no siempre es cierto, pero sí nos avisa de la gran influencia que tienen, en nosotros, los amigos y la gente que nos rodea.

Si pasamos mucho tiempo juntos se nos acaban pegando las formas, los estilos, las expresiones…

Y esto es como una bola de nieve que crece más y más. Porque, una vez que empiezas a desarrollar un particular estilo de vida, prefieres rodearte de personas que lo comparten, ya que nos reafirman en que estamos en el lado correcto.

Esto es una consecuencia de lo que en psicología se conoce como sesgo de confirmación. Busco aquello que confirma mis ideas o creencias y rechazo lo que las contradicen, aunque sean hechos probados.

Así, no es de extrañar que nos encontremos con personas que se definen como góticos, raperos, hipsters, hippies, emos, swaggers… Y así hasta completar una larga lista de lo que se conoce como tribus urbanas; que no son sino grupos de personas que comparten una estética y un particular punto de vista de la vida.

Ahora bien, no os creáis que esto es algo propio sólo de esta época, ni que solo ocurre en el mundo secular. Esto es algo que ha pasado siempre, y que también pasa en la iglesia, aunque de ello hablaremos en otra ocasión.

Pero lo cierto es que esa sensación de seguridad que nos transmite el sentido de pertenencia a un grupo es algo que nos presiona, de tal manera, que nos puede llegar a hacer abandonar nuestra forma de vida anterior, e incluso nuestros principios.

Y esta presión es especialmente intensa en situaciones en las que estar fuera del grupo es algo poco recomendable.

En los tiempos de Pablo ser cristiano era muy peligroso. La religión era un pilar esencial de la identidad de cada pueblo. No compartirla era señal de que eras un extranjero, cuando no un enemigo.

Por ello no importaba dónde estuviera un cristiano, siempre iba a ser visto como un peligro; y la tentación de estos de “adaptarse” para pasar desapercibidos era muy fuerte.

El problema es que una vez que un cristiano se ha “adaptado a este mundo” también empieza a dejar que esa nueva visión de la vida marque su pensamiento.

Y así, cada vez se siente más cómodo en medio del mundo y con esa forma de ver la vida. Hasta que llega un día en que, casi sin darse cuenta, ha dejado de seguir a Cristo.

Es por eso que cuando Pablo escribe a los Romanos les deja la advertencia que encontramos en el capítulo 12 y versículo 2 de dicha carta: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Y es que si hemos de ser testigos y mensajeros del Evangelio no podemos dejarnos influir por ideas o conceptos que se oponen o que desprecian los principios de Dios.

Porque de lo que se trata no es de pasar por este mundo de forma anónima, sino todo lo contrario. Tenemos que ser referentes a otros de lo que Dios es, y de lo que puede hacer en las vidas de las personas que aceptan su señorío y su perdón.

Por eso el apóstol Pablo nos exhorta a que tomemos una decisión firme por Dios. Así, nos pide que no adoptemos los principios y valores de este mundo que estén en contradicción con los principios y valores divinos. Porque esta es la mejor decisión que una persona puede hacer.

Es cierto que en algunos casos los valores de este mundo pueden parecer muy sugerentes y lógicos, sobre todo para nuestros intereses personales.

Sin embargo, estos están en contra de los principios por los que Dios quiere que nos rijamos, y en Mateo 5, del versículo 43 al 48, Jesús nos lo deja muy claro: Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

Por eso Pablo nos pide nos esforcemos por vivir los principios de Dios, que renovemos nuestra antigua forma de pensar y profundicemos en la Palabra de Dios para conocerlos, porque así, además, aprenderemos a conocer la voluntad de Dios para nosotros, buena, agradable y perfecta.

Y solo así podremos llegar al final de nuestras vidas en esta tierra sabiendo que nos está reservada amplia entrada en los cielos.

Que Dios te bendiga

Foto de Fa Barboza en Unsplash
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