Yo estoy con vosotros todos los días‘, es una promesa de Jesús que debe llenar nuestros corazones de gozo, esperanza y victoria.

…he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén (Mateo 28:20)

Hace casi 2000 años que Cristo nos dejó para volver junto al Padre.

Mucho tiempo, pero durante el cual la iglesia, con sus luces y sus sombras, ha ido cumpliendo la Gran Comisión que Él nos encomendó: ir por todo el mundo y predicar el Evangelio, bautizando y enseñando a guardar sus mandamientos.

Un trabajo, sin duda, muy superior a nuestras capacidades y habilidades. Y que sería imposible, de no contar con la gracia del Espíritu Santo.

Por eso, no es de extrañar que, cuando Dios nos llama a servirle, en el servicio que sea, la primera respuesta sea: «no».

Y amparándonos en un falso sentido de humildad contestemos como Jeremías o como Moisés, “Señor, soy un inútil, por favor envía a otro”.

Curiosa humildad que nos lleva a replicar a Dios para decirle que no sabe lo que está haciendo al pedirnos que hagamos esto o aquello.

Y es que no es humildad, es el miedo al fracaso lo que nos lleva a contestar así.

El miedo a meter la pata y que los demás se rían de nosotros, o que el propio Dios nos eche en cara nuestra inutilidad.

Es el orgullo lo que nos hace contestar a Dios: “No”.

Porque si de verdad fuéramos humildes, le obedeceríamos sin rechistar.

Es cierto que la falta de experiencia nos lleva a dudar de nuestras capacidades.

Pero lo que tenemos que recordar es que en los caminos de Dios la capacidad no depende de nosotros. No es de quien quiere o de quien corre, sino de quien Dios tiene misericordia.

Es por eso que todos podemos y debemos comprometernos con la tarea de servir a Dios allí donde Él nos necesite, para hacer crecer el mensaje del Evangelio en medio de esta tierra.

Cuando Jesús entregó la Gran Comisión a los discípulos, ellos enfrentaron los mismos temores.

Conocían sus debilidades. Habían huido cuando Jesús fue detenido. Incluso, después de su resurrección, tuvo que volver a llamarles porque habían retornado a sus viejas profesiones.

Si Jesús no iba a estar con ellos, ¿quién iba a seguir haciendo los milagros y prodigios que tanto llamaban la atención? ¿O quién iba a hacer callar a los enemigos de la verdad con palabras de poder y sabiduría?

Por eso Jesús, cuando les entrega el testigo de la tarea termina con estas palabras que encontramos en Mateo capítulo 28 y versículo 20: …he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Sí, es cierto que él nos dejó físicamente hace casi 2000 años, pero lo cierto es que nunca ha dejado solos.

Su Santo Espíritu ha estado con nosotros desde Pentecostés, y desde entonces nada ni nadie ha podido parar a su iglesia. Y nada podrá pararla mientras Él esté con nosotros.

Podrán perseguirnos, podrán intentar callarnos, e incluso podrán matarnos, pero mientras haya iglesia el Evangelio siempre seguirá corriendo. Porque tenemos la promesa de Cristo de que su presencia estará con nosotros hasta el fin del mundo.

Como dijo Pedro cuando sanó al paralítico, nuestros servicios no los hacemos por nuestro poder o virtud, sino por la fe en Cristo y la gracia de Dios.

Sea lo que sea a lo que Dios te llame, olvida tu orgullo, dile sí a Dios, y empieza a trabajar.

Si tienes que formarte, fórmate, y si tienes que madurar, hazlo. Pero no esperes a ser perfecto, porque entonces jamás harás nada, salvo ir lloriqueando por los rincones.

Lo que tengas en tu mano en cada momento es lo que debes entregar a Dios para que Él lo bendiga y multiplique.

Porque incluso con solo cinco panes y dos peces, físicos o espirituales, Dios puede llevarte a alimentar a una multitud.

Y es que la vida, y la victoria, es de aquellos que responden sí a Dios, de aquellos que se atreven a poner la mano en el arado y, en el nombre de Cristo, siguen adelante.

Hasta la meta.

Porque Cristo está y estará con ellos.

Que Dios te bendiga.

Foto de Daiga Ellaby en Unsplash

En el Valle de Sombra de Muerte

A lo largo de nuestras vidas, todos vamos a pasar por valles de oscuridad y dolor.

Pero la Palabra de Dios da ánimo, y nos muestra cómo seguir adelante en dichos momentos, y vencer.