Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11:28-30)
Ritos, normas, liturgias. Algunas de ellas sin duda útiles, otras han perdido todo el sentido con el paso del tiempo.
Sin embargo, muchas de estas últimas se siguen imponiendo a las personas con la misma fuerza de los dogmas fundamentales del cristianismo.
Y lo único que consiguen es que hayamos retrocedido a los tiempos de los escribas y fariseos a los que Jesús recrimina porque «atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mateo 23:4), y porque estaban «enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Marcos 7:7)
Frente a esto nos encontramos con el mensaje de Jesús. Un mensaje que conserva toda la esencia de la fe, pero que está adaptado a la necesidad del ser humano.
Y es que toda la Ley de Dios puede resumirse en dos breves sentencias: amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.
Esto supone que nuestro vivir debe estar guiado por el amor que Dios nos ha manifestado. Nuestro servicio debe ser una consecuencia natural de ese amor con el que Dios nos ama. Y nuestra relación con los demás debe estar impregnada de su santidad y de ese amor, con firmeza en nuestra fe, pero con respeto y misericordia.
Realmente es un yugo fácil y una carga ligera, y más cuando contamos con la ayuda del Espíritu Santo.
Ante esto, ¡qué triste que la levadura del ritualismo de escribas y fariseos se siga infiltrando a la Iglesia!
Por eso no es de extrañar que cuando presentas el Evangelio, la gente no vea libertad, sino opresión y normas restrictivas (y muchas veces, arbitrariedad).
Quizá esto ocurra porque hemos estado más pendientes de vivir la religión que de vivir a Cristo.
Hemos puesto más el énfasis en acusar que en amar y presentar la Buena Nueva de Salvación. En hablar más del infierno que del cielo.
Como si nuestro mensaje estuviera dirigido a apóstatas contumaces y no a personas perdidas, cansadas y sin esperanza.
Por tanto, no impongamos a los perdidos más carga que la de acercarse a Dios.
El resto de las cargas las llevó Cristo en la cruz.