No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.
Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.
No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.
Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.
No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.   

(Romanos 12:17-21)

La vida cristiana es una vida de superación.

Hemos sido llamados a un servicio que implica llegar más allá de lo que nuestras propias capacidades o dones podrían hacernos soñar.

Y uno de los mayores logros es vencernos a nosotros mismos.

Vencer esa tendencia natural a la venganza, a tomarnos la justicia por nuestra mano, o a esas otras reacciones «naturales», pero que no reflejan el carácter justo, pero también misericordioso, de Dios.

Por eso el apóstol Pablo nos insta a revestirnos de Cristo y a hacer morir lo terrenal.

Solo así la naturaleza de Dios y su Santo espíritu podrán tomar el control de nuestras vidas, llevándonos a toda verdad y a toda buena obra.

Ya hemos vivido demasiado tiempo dejándonos llevar por el mal.

Ahora es tiempo de vivir el Evangelio y de desarrollar el fruto del Espíritu.

Porque quien tal haga es un vencedor en Cristo.

Nos vemos.

 

Imagen de portada por  Denys Nevozhai en Unsplash