Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad (Filipenses 4:8)

En una tira de Mafalda se ve a Felipe paseando por un parque y allí se encuentra a Miguelito. Al pasar cerca de él ve que este se agacha, pasa un dedo por el suelo, lo levanta sucio y exclama en voz alta:

Mafalda tiene razón, este planeta en el que vivimos, destiñe”.

Entonces Felipe se aleja sorprendido mientras piensa:

Lo malo de andar siempre con las orejas puestas es que uno se expone a oír cosas como esta”.

Y no hace falta ir muy lejos para comprobar la certeza de esta afirmación. Solo tienes que abrir un periódico o escuchar un programa informativo para verlo.

Políticos de uno y otro signo que afirman un día lo contrario a lo que afirmaban el día anterior. Personas que descalifican al adversario por estar haciendo lo mismo de lo ellos alardeaban en el pasado.

El que piensa distinto es un enemigo a derrotar, o mejor aún, a barrer y eliminar de la vida pública.

Por eso, entre otras cosas, la iglesia es perseguida cuando presenta el mensaje de salvación.

Especialmente cuando advierte al mundo de que, por mucho que se esfuerce, no serán sus acciones las que traigan vida, paz y verdadera libertad al ser humano, sino solo dolor, enfrentamiento y angustia.

Porque aquellas, la vida, la paz y la libertad solo pueden venir de Cristo, cuando desde el arrepentimiento aceptamos su sacrificio y señorío.

Lo malo, de este estado de crispación en el que vivimos, es que la iglesia no está siendo de influencia. No se está promoviendo el respeto y la templanza a la hora de tratar al prójimo. Antes bien, se está cayendo en la misma trampa de la contienda y el enfrentamiento.

Es muy frecuente encontrar gran cantidad de publicaciones, en las redes sociales, en defensa de posiciones doctrinales que nada tienen que ver con los principios esenciales de la Salvación.

Y, curiosamente, son las que generan los debates más agrios, en los que se descalifican unos a otros de maneras agresivas. Intercambios desprovistos de todo el sentido del respeto y la consideración que, como hijos de Dios nos debemos.

Al fin y al cabo, el propio Señor Jesús nos dejó unas palabras con un mensaje muy contundente:

Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.

Mateo 5:22

Por supuesto que podemos estar en desacuerdo, y por supuesto que podemos estar errados. Pero estar errado no es justificación para descalificar o ser descalificado de forma personal.

Espero que no sea esto lo que pretenden. Pero la imagen que transmiten los que tal hacen es que están más preocupados por mantener un presunto estatus de superioridad espiritual que de transmitir al mundo la vida, la paz y la libertad de las que tanto presumimos.

Con el agravante de que, con el tiempo, esa actitud de estar contra todo y contra todos, va a llenar sus corazones de amargura.

Y el mundo ve estas cosas. Y con ello le estamos dando más argumentos para renegar de Dios.

La iglesia de Filipos corría el riesgo de caer en esta misma trampa. Por eso, el apóstol Pablo escribe a esta iglesia y les exhorta a buscar la unidad. Debían estar dispuestos a apoyarse unos a otros con generosidad, a alejarse de las murmuraciones y a recibir las pruebas con gozo.

Así que no es de extrañar que, en la despedida de la carta a los Filipenses, Pablo les dirija estas palabras:

Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.

Filipenses 4:8

Los cristianos no estamos llamados a revolver la basura o la impiedad en la que viven los que se rebelan contra Dios.

Cierto que hemos de poner en evidencia la injusticia y trabajar para eliminarla. Pero recordemos que Jesús nos envió por todo el mundo a predicar el Evangelio, no una pretendida superioridad espiritual.

Ni menos aún a juzgar a los demás cristianos según nuestros criterios o nuestro llamado; como si un llamado concreto nos hiciera mejores a los demás, o nuestros criterios siempre fueran correctos.

Por eso, Pablo exhorta a los Filipenses a ocupar sus mentes en todo aquello que promueva la unidad y el respeto entre los creyentes. Y, por extensión, a ponerse en la actitud correcta para cumplir con nuestro deber: ser embajadores de Dios.

Pensemos en las cosas que son verdaderas. Olvidemos las fabulaciones y los cuentos de este mundo que, con sus locuras, no busca más que dividirnos y generar confusión.

Pensemos en las cosas honestas. Y pensemos con honestidad, sin excusar nuestros comportamientos incorrectos.

Pensemos en lo que es justo y en lo que es puro. No estemos poniendo en boca de los demás lo que no han dicho, ni presupongamos intenciones que no han sido manifestadas.

Pensemos en todo lo amable, en todo lo que es de buen nombre. Y actuemos así con los que nos rodean, huyendo de las murmuraciones y la soberbia.

Y pensemos en las cosas virtuosas, en las dignas de ser alabadas. Reconozcamos el valor de las cosas de Dios, así como esfuerzo y el trabajo de los que nos rodean.

Porque solo así nuestra mente se llenará de agradecimiento a Dios, de humildad y de gozo.

Y porque solo así podremos hacer realidad las palabras de Jesús en Mateo 5:45: …para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.

Que Dios te bendiga.

Foto de John Price en Unsplash