«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora»
(Eclesiastes 3:1)
Según algunos estudios, las sociedades tecnificadas están comenzando a sufrir una epidemia de Síndrome de Trastorno de Déficit de Atención (STDA).
Somos incapaces de esperar por nada.
Por poner un ejemplo muy cercano, podemos esperar unos tres segundos a que cargue una página web. Pero por cada segundo de más un 10% de los visitantes se marcha sin llegar a verla, y busca otra.
Incluso Amazon está estudiando implantar lo que se llama «envío predictivo». Esto consiste en evaluar cuando una persona está a punto de comprar algo para enviarlo a un almacén de espera cercano. De esta forma, cuando lo pida lo podrá tener, incluso, el mismo día.
Y, a veces, estas prisas entran en la Iglesia. Queremos crecimiento, queremos resultados, y los queremos ya.
Y si no los conseguimos pronto, con las actividades actuales, corremos a buscar otras recetas y volvemos a probar.
Se nos olvida, con frecuencia, que Dios tiene su tiempo.
A veces puede tardar años, a veces toda una vida y, a veces, incluso siglos.
Porque cuando Dios hace algo, no le preocupa solo el resultado. También cuida el proceso y a las personas que van a estar involucradas.
Como ocurrió, por ejemplo, en el caso de la salida de Egipto.
Moisés lo intentó a su manera y en su tiempo. Pero Dios tenía otros planes.
Y es que se nos olvida que, cuando es el tiempo de Dios, no hay nada que ajustar.
Todo encaja. Todo ocurre.