En un mundo regido por normas limitantes, el fruto del Espíritu que produce el Evangelio trae auténtica libertad.

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5:22-23).

Casi cualquier actividad humana está regulada por normas y leyes.

La ley establece por qué carril debes circular y a qué velocidad, cómo te deben contratar y cómo te deben despedir o qué reglas deben regir los testamentos, dónde puedes hacer ruido y hasta cuándo, y dónde no. Incluso establecía dónde se podía contagiar uno de Covid-19, como en el transporte público, y dónde no, como en un cine o un restaurante. Espero que el virus también se leyera el decreto.

El caso es que nuestras vidas están regidas por códigos de normas, reglamentos, decretos, leyes, costumbres…

¿Te has preguntado alguna vez por qué?

Pues básicamente porque los humanos tendemos a seguir los dos mandamientos que, universalmente, se han considerado como más importantes.

Y tristemente no son los mandamientos de Jesús: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Los mandamientos o leyes que la humanidad ha aplicado más universalmente son estos otros dos: la ley del más fuerte y la ley del embudo.

Por eso se hace necesario establecer una infinidad de normas y reglas que intenten poner freno a los desmanes que producen esas dos leyes universales.

Leyes cuyas consecuencias son de todos conocidas: celos, peleas, robos, guerras, insultos, racismo, orgullo…

Consecuencias que nos han llevado a ser auténticos maestros en el “arte” de construir armas o en las artes de matar, mucho antes que en el arte de reparar o sanar.

El problema es que, por muy avanzada que esté una sociedad, a la más mínima ocasión aparece ese impulso de seguir la ley del más fuerte.

Si mi adversario parece más débil, ¿por qué no me voy a aprovechar?

Si puedo ponerle a mi competencia las cosas difíciles y arruinarlo, ¿por qué no hacerlo?

Por supuesto, si es el contrario el que te lo intenta hacer a ti, aplicas la ley del embudo: yo lo hago porque estamos en un mercado de libre competencia y el cliente debe poder elegir libremente, pero mi adversario no puede hacerlo porque si daña mi negocio estaría atentando contra la libre competencia y contra la libertad de elección del cliente.

Y es que, aunque estamos en pleno siglo XXI y tenemos el rayo láser, hemos llegado a Marte y hemos encontrado cura para muchas enfermedades, sin embargo, seguimos matándonos en guerras infames o haciendo la vida imposible a los que nos rodean.

Este es el fruto de una vida egoísta y alejada de Dios.

Y ante esto, ¿qué nos propone Dios en su palabra?

La respuesta la tenemos en el libro de Gálatas, capítulo 5 y versículos 22 y 23:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Y es que Dios desea que podamos disfrutar de la vida en comunidad y sacar lo mejor de ella.

Compañía, colaboración, sinergia, y mejora son el resultado de una vida en común en la que los valores de Dios son puestos en funcionamiento.

Sobrellevar los unos las cargas de los otros, apoyar al debilitado y amarnos unos a otros son los resultados de dejar que Cristo entre en nuestras vidas.

Porque cuando Cristo toma tu vida todo tu sistema de valores se transforma.

Entiendes que los mandamientos importantes no son los del mundo, los que se limitan a intentar evitar los desmanes.

Entiendes que los mandamientos más importantes son los de Cristo, aquellos que te impulsan a buscar el bien de tu prójimo.

Y es que las consecuencias de dejar que el Espíritu Santo renueve tu mente y tu alma te llevan a actuar con tus semejantes de tal forma que hacen innecesaria cualquier tipo de ley.

Vas a respetar a quienes piensen distinto, aunque no lo compartas; no te vas a aprovechar de tus fortalezas, o de las debilidades de los otros, para hacerles mal; vas a amar a todos, incluso a los que “te quieren mal” o a los que son distintos a ti.

Este es el resultado de una vida transformada, aquella en la que el fruto del Espíritu puede desarrollarse.

Y todo ello porque entiendes que no eres superior a nadie.

Y lo entiendes porque quizá antes intentaste hacerlo por tus propias fuerzas, y descubriste que te era imposible.

Pero cuando vives para Dios descubres la certeza de las palabras de Jesús: lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

Porque aquello que tú no puedes alcanzar, Dios lo ha alcanzado para ti.

Que Dios te bendiga.

Foto de Nathan Dumlao en Unsplash