Id, y haced discípulos no es una orden solo para los doce apóstoles, sino que es un mandato de Jesús para cada hijo de Dios.
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28:19).
Cuentan que en cierta ocasión invitaron a una personalidad a visitar una institución estatal.
El edificio era inmenso y estaba lleno de oficinas y despachos, con gente yendo de un sitio para otro.
Esta persona estaba impresionada por la magnitud de lo que estaba viendo, y al terminar la visita comentó: “Este sitio es impresionante, ¿cuánta gente trabaja aquí?”.
Entonces su interlocutor se quedó dubitativo unos segundos, como calculando mentalmente, hasta que finalmente contestó: Pues poco más o menos la mitad.
Sí, había mucha gente, pero no todos estaban trabajando. Muchos se limitaban a estar y cobrar a final de mes.
Y en muchos lugares esto es tristemente cierto.
Pero lo más triste es que en muchas iglesias este dato es aún peor.
A efectos estadísticos, se considera “miembro activo” en una iglesia evangélica a aquella persona que colabora con sus diezmos o donativos al sostenimiento de la entidad y que asiste, al menos, 2 o 3 veces al mes a las reuniones.
Ni una mención a que haya aceptado a Cristo como salvador, o que conozca y viva de acuerdo a los mandamientos de Dios. Ni menos aún que manifieste en su vida el fruto del Espíritu.
Es suficiente con que se siente cada domingo en un banco de la iglesia. Y que aporte para los gastos.
Pero, ¿es eso bastante para Dios?
¿Basta con asistir a la iglesia y cumplir con sus requisitos para estar inscrito en el Libro de la Vida?
Jesús dejó muy claro, en Mateo capítulo 20, que muchos son los llamados y pocos los escogidos.
Y en Lucas capítulo 13 añadió que no todo el que le llame “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre.
¿Y cuál es esa voluntad? Pues en el evangelio de Mateo, capítulo 28 y versículo 19 tenemos la respuesta:
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
A veces pensamos que la Gran Comisión es para unos pocos escogidos. Que el resto podemos quedarnos tranquilamente en nuestros banquitos un ratito los domingos, poner cara de estar atentos, decir un amén de vez en cuando, y con eso basta.
Pero la gran comisión no es algo que se reservó a unos pocos. Después de la adoración a Dios, este es el trabajo central de toda la Iglesia.
Para esto nos ha llamado Dios. Y nos ha llamado a todos.
¿Quiere esto decir que todos tenemos los dones o llamados de evangelista, o maestro, o predicador, o misionero?
Por supuesto que no.
Dios reparte sus dones como él considera mejor para la expansión de la obra. Pero todos tenemos dones y el llamado para colaborar con ese mandato de una forma u otra.
Por ejemplo, podemos apoyar ese id, y haced discípulos con la oración; o viviendo vidas que testifiquen de la presencia de Dios a otros; o colaborando con tus dones, tus habilidades naturales o tu tiempo en los distintos servicios de la iglesia; o ayudando a crear un ambiente de reverencia y amor en las reuniones y en las relaciones con el resto de la congregación; o ayudando a tus hermanos a crecer con tu propia experiencia y madurez.
Hay muchas formas en las que puedes ayudar a construir la Iglesia de Cristo.
Porque la iglesia no es la obra del pastor o de los ancianos. La iglesia es algo que Jesús nos ordenó construir entre todos.
Y si tú no pones tu parte, quizá seas salvo, pero de seguro te quedarás sin tu recompensa.
Así que anímate, levántate de tu asiento y ponte en marcha. Y si un día alguien visita la congregación y al ver el tamaño del local pregunta “¿Cuántos miembros activos tenéis?” Se pueda responder, “de los que se considera activos, muy poquitos, pero cristianos fieles, muchos”.
Que Dios te bendiga.
Imagen de portada de Diana Vargas en Unsplash
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