Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel (Josué 1:2)

Emprender cualquier tipo de proyecto demanda siempre una gran dosis de valentía, esfuerzo y, sobre todo, suerte.

Si, por ejemplo, vas a iniciar un proyecto empresarial debes hacer un estudio de mercado.

Si este es positivo, realizas, a continuación, lo que se conoce como análisis de viabilidad.

Y con él bajo el brazo sales a contactar con las entidades o personas que vas a necesitar y a buscar la financiación.

Y si logras convencer a todos, comienzas tu negocio.

Durante todo ese tiempo muchas entidades privadas y públicas te van a dar asesoramiento, formación y ayudas, y vas a tener la guía de expertos.

Pero sabes una cosa. A pesar de todo ello, solo 1 de cada 10 negocios llega a los 3 años de supervivencia, y solo 1 de cada 20 llega a los 5 años.

El resto se queda por el camino, y en algunos casos con fuertes pérdidas.

Por eso, cuando Dios nos llama a su servicio, ya sea a tiempo completo o a tiempo parcial, nos echamos a temblar.

Si lo que ocurre en el mundo natural es tan complejo y tantos buenos profesionales fracasan, ¿cómo va a ser posible que unos pobres pecadores puedan llevar a otros a Cristo y ser de ejemplo en sabiduría, humildad y amor?

Y lo cierto es que están en lo correcto. Es imposible que un ser imperfecto pueda ser un modelo de perfección para otros, si no fuera por algo que se nos olvida.

En el mundo de los negocios influye mucho tu preparación, tu aptitud hacia los negocios y, sobre todo, la suerte. Ya sabéis aquello de que más vale llegar a tiempo que rondar 100 años…

Pero en el reino de los cielos nada de esto es cierto.

Por supuesto que es necesario que nos preparemos en aquellas cuestiones a las cuales Dios nos llama, pero el éxito no va a venir de ello, sino del poder de Dios obrando, a través de tu obediencia y entrega, en la obra que él te ha encomendado.

En los primeros nueve versículos del primer capítulo del libro de Josué encontramos a Dios dándole instrucciones concretas con respecto a su objetivo: entrar en la Tierra Prometida.

Dios le encomendó la labor de guiar al pueblo en la conquista de un territorio fuertemente defendido con ciudades amuralladas y con ejércitos profesionales.

Por eso es normal que Josué no se sintiera cualificado.

Así, de esos 9 versículos del capítulo 1, en el primero encontramos una introducción, en el segundo la descripción de la tarea por parte de Dios, y en los siete siguientes lo que vemos es a Dios convenciendo a Josué de que la tarea va a ser posible.

Levántate

Pero lo más importante se encuentra en el versículo 2:

Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel.

(Josué 1:2)

Y es de esto es de lo que, muchas veces, nos olvidamos cuando Dios nos llama a su servicio: que es Él quien nos llama.

Por supuesto que Dios sabe que somos unos perfectos inútiles, ya sea para vivir una vida de santidad o de ser de ayuda y ejemplo a otros.

Pero es que Él no espera que seamos capaces de ello. Lo que Dios espera es que le permitamos obrar a través de nuestras vidas.

Y para eso nos llama.

Y por eso, a Josué le pidió algo imposible: levántate y pasa este Jordán.

Ya no tenía a Moisés para abrir las aguas. Ya no estaba Moisés para levantar sus brazos y obtener la victoria.

Porque el objetivo de Dios era mostrarle que alguien mucho más poderoso que Moisés estaba con él: Dios mismo.

Por eso Dios nos suele llamar y nos da metas imposibles. Porque quiere que vivamos aferrados a Él.

Porque cuando te sometes a Dios y te entregas con sencillez a él, cuando abandonas tu arrogancia y tu suficiencia, y te llenas de su presencia y de su amor, entonces es su poder el que obra, es su sabiduría la que habla, y es su misericordia la que ama.

No serás tú quien convenza de pecado ni quien consuele, será el Espíritu Santo operando a través de ti.

Por eso, no tengas miedo cuando Dios te llame y te diga levántate y pasa tu Jordán, porque allí donde Él te lleve, Dios estará contigo.

Que Dios te bendiga.

Foto de Jeremy Bezanger en Unsplash