Cuando caminas con Dios no hay casualidades ni fatalidades, sino que todo está en su plan, y entonces todas las cosas ayudan a bien.

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28).

Hace unos días escuchaba comentar a un locutor que había tenido un fin de semana espantoso. Todo le salía mal.

Y es que hay días en los que parece mejor no haberse levantado de la cama, y en algunos casos, incluso hay meses enteros.

Recuerdo que de pequeño hubo un evento que, si no fuera por lo grave, resultaría cómico.

Estábamos de vacaciones en el molino en el que trabajaban mis abuelos maternos, y un día, al salir mi abuela del edificio principal se tropezó y se cayó. Había tres escalones y el suelo de afuera estaba empedrado con cantos rodados porque aún venían cargas de trigo en mulas.

Mi abuela se cayó desde arriba de los peldaños y se golpeó contra una de esas piedras. Esto le provocó una conmoción y que se quedara unos minutos sin sentido, así como una brecha en la frente que comenzó a sangrar abundantemente.

Y yo, que fui el único que lo vio todo, en vez de acercarme a ver si podía ayudar, empecé a gritar, “yo no he sido, yo no he sido”.

Afortunadamente mis gritos alertaron a mis padres y a mi abuelo y la atendieron de inmediato.

Lo cierto es que llevaba una temporada en que se me habían roto muchas cosas. Quizá porque mi curiosidad me llevaba a meterme en sitios que no debía y a observarlo todo. Y claro, para observar mejor, a veces había que coger cosas, o apartarlas, y estas tenían la mala costumbre de caerse.

El caso es que cuando algo aparecía roto, todos los ojos se volvían hacia mí. Y como solían acertar no me importaba llevarme el castigo.

Pero esta vez no quería llevarme un castigo que no merecía y que, por la gravedad de las consecuencias, estimaba que sería considerable.

Gracias a Dios mi abuela se recuperó bien, y se aclaró que yo no había tenido nada que ver en el incidente.

Y no, si pensáis que después de aquello dejé de meterme en líos estáis muy equivocados. Pero sí que aprendí algo, había que tener más cuidado para no romper tantas cosas.

Desde entonces he seguido investigando y aprendiendo, y no solo he llegado a tener una cierta habilidad para no romper tantas cosas, sino que me hice un experto en mantenimiento y en arreglarlas.

Así que parece que el pasaje de Romanos, capítulo 8 y versículo 28, aquél que dice: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados, se cumplió.

Sin embargo, parece que ahora volvemos a las andadas. Con la diferencia de que ahora no rompo cosas, ahora parece que me rompo yo, bueno yo y mis circunstancias.

Muchos conocéis la frase de José Ortega y Gasset, “yo soy yo y mi circunstancia” en alusión a que no todo lo que nos ocurre está bajo nuestro control. Porque un simple imprevisto puede echar al traste el más cuidado de los proyectos.

Aunque lo cierto es que la frase es un poco más larga y dice así: “yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

Así que, de alguna manera, este hombre nos anima a intentar entender y cambiar nuestra circunstancia para poder ayudarnos a nosotros mismos.

Parece razonable. Sin embargo, el concepto encierra una trampa importante. La palabra “circunstancia” proviene del latín y significa, literalmente, “lo que nos rodea”.

Si esto lo aplicamos a la frase anterior, el filósofo nos está diciendo que si actuamos sobre el entorno podremos llegar a cambiar nuestro yo.

Y es verdad que si cuidamos nuestro entorno podremos llegar a tener un mundo mejor, pero esas cosas no nos ayudan a ser mejores personas.

Porque lo cierto es que, como nos enseña Jesús, no es lo que entra, sino lo que sale de la persona, lo que contamina.

Por eso los cristianos si bien cuidamos de las cosas que nos rodean, como una muestra de nuestra mayordomía hacia lo que hemos recibido de Dios, nuestro esfuerzo se debe centrar en cuidar y cambiar nuestro interior, con la ayuda del Espíritu Santo. Porque solo un corazón y una mente renovados por Cristo podrán ayudarnos en el camino hacia la vida eterna.

Así que no tengas temor de las circunstancias, ni te dejes abatir por ellas, porque si amas a Dios, si caminas en su voluntad, cada circunstancia que Dios permita en tu vida es un paso más hacia tu victoria final en Cristo.

Porque sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.

Que Dios te bendiga.

Foto de portada de OJ en Unsplash

En el Valle de Sombra de Muerte

A lo largo de nuestras vidas, todos vamos a pasar por valles de oscuridad y dolor.

Pero la Palabra de Dios da ánimo, y nos muestra cómo seguir adelante en dichos momentos, y vencer.